martes, octubre 03, 2006

Crónicas pedrerenses

(unas vacaciones con convidados de piedra)
(publicado en marzo de 2006 en mi blog de hotmail)

Después de un laaargo viaje compuesto de buque lento, micro a montevideo y bus a la pedrera, finalmente llegué a mi casita amarilla el sábado 4.
La casita tenía para mí un cierto encanto desde antes de conocerla, la dueña es norma aleandro, de manera que yo estaba segura que iba a ser un lugar con onda. Resultó ser un lugar muy sencillo, sin grandes lujos -tal lo esperable-, con un techo de vigas gruesas de madera que hacía las veces de terraza y se convirtió en mi mirador exclusivo. Me llevé una sillita de playa y casi todas las mañanas me iba a desayunar ahí, con una vista impresionante del mar; kilómetros y kilómetros de océano a la entera disposición de mi mirada. Y justo enfrente la casa de Maitena, una casona espectacular con el centro vidriado, alguna vez se la pudo ver a ella con el pelo rubio platinado característico. Pero retomando el tema de la vista marítima, lamenté mucho no haber podido comprar la camarita... cosa que tal vez fue mejor, dados los acontecimientos posteriores.
Sería bastante tedioso que hiciera el detalle de lo que hice día por día, la verdad es que en la pedrera no hay nada interesante para hacer salvo disfrutar del mar, la playa, y la naturaleza en general. Y descansar.
Como de puro atolondrada no había cambiado plata en trescruces, me tuve que ir a La Paloma el martes a cambiar argentinos por uruguayos. El paso de la mayoría de esos billetes por mi cartera fue breve, muy breve. Lo recordable (por desgracia) de ese día fueron las seis horas que me quedé varada en la terminal de La Paloma, un lugar deprimente, lleno de locales vacíos. El sol brillaba de una manera tan espléndida que mi rabia por estar ahí perdiendo el mejor de los días de playa que había tenido hasta entonces era directamente proporcional a ese brillo. Sucedió que me perdí dos micros. El primero lo perdí porque una pareja de mochileros chilenos estaba esperando el mismo micro que yo y cuando el micro llegó y vi que ellos no lo tomaban asumí que ese no era el micro...por supuesto horas más tarde me enteré que ese sí era el micro y por supuesto no tengo explicaciones para mi tonta actitud. Es como si ese día hubiera puesto mi cerebro en off. El segundo lo perdí porque el pasaje que tenía no servía para ese micro y cuando me subí al tercero ya eran casi las siete de la tarde. Para ese entonces ya estaba furiosa conmigo misma, con los chilenos y con el mundo, y en medio de un ataque de llanto. Recién entrada la noche pude serenarme un poco.
Otra de las cosas que me pasó es que confirmé que la soledad en el campo es dura para una chica de ciudad miedosa. Me la banqué, pero no me gustó. La sola idea de estar conviviendo con bichos varios no era agradable. Un día iba caminando por la calle donde estaba mi casa y una empleada del hotel La Pedrera, que estaba en la otra cuadra, me contó que era época de culebras y lagartos...juro que hubiera preferido no escuchar ese comentario.
Como "la casa" era en realidad dos casitas separadas, (una de ellas la principal, donde yo estaba instalada, y la otra que constaba de un dormitorio y su baño), un día entré al baño de la casita apartada y vi un alacrán chiquito. Me fui a comprar insecticida y cuando volví le tiré medio frasco encima. En mi baño tenía un sapito cro-cro de esos bebé que saltaba alegremente por las paredes y luego fue otro a hacerle compañía. Sólo faltaba Julián Weich haciendo el sapito y ya podía cantar bingo. Arañas había por todos lados. Realmente no me puedo quejar, estuve muy bien acompañada. A partir de las nueve de la noche, el horario en que oscurecía, no había poder humano que me hubiera podido hacer salir de mi casa.
Y ya después de unos días la soledad me empezó a pesar y me empecé a sentir demasiado sola. De todas maneras yo elegí esas vacaciones y está bien que haya sido así, personalmente veo a las vacaciones como a una oportunidad de explorar los propios límites y de convivir con zonas de nosotros mismos que habitualmente reprimimos por una razón u otra. No siempre es una experiencia agradable, pero pienso que es una experiencia necesaria.
El entorno externo contribuía a acentuar la sensación de soledad, no había demasiados tourists (casi todos los autos tenían matrícula uruguaya), incluso un día me pasó ir a la playa y que la única que estuviera cerca fuera maitena sacando a pasear a su perro para que se diera un bañito salado y frío en las patas.
Y el pueblo fue otro tema, un típico pueblo que tiene vida en enero y febrero y después cae en silencio de radio. La casa me gustó, adoré la vista, la playa estaba bien -sin ser nada espectacular- pero el pueblo me resultó deprimente, sucio y descuidado. Y carísimo. Por un frasco de café pagué casi el doble de lo que hubiera pagado acá.
El jueves a la noche llegaron a hacerme compañía dos amigos, y fue una compañía agradable y necesaria.
Lo lamentable fue que el sábado a la noche entraron a la casa a robar, como la mayoría de los que pueda leer esto ya sabrá. No sé si estando yo sola hubiera pasado -de hecho estuve muchos días sola- pero tampoco lo puedo saber, supongo que ficharon el auto de mis amigos y fue así como decidieron que éramos buena presa para un robo; lo que en definitiva agradezco es no haber estado sola en ese momento. Así que ese sábado a la madrugada, mientras nosotros estábamos durmiendo, entraron a robar y no nos enteramos de nada. El domingo nos levantamos alegremente a preparar el desayuno y descubrimos nuestras cosas tiradas en el jardín de la casa, es decir mis carteras y la campera y una mochila de uno de mis amigos. A mí me sacaron dos mil uruguayos pero a él lamentablemente le sacaron mucho más entre todas las cosas que le robaron. Lo impresionante es pensar cómo estuvieron tan cerca de nosotros; mis carteras estaban colgadas al lado de la puerta de la habitación donde yo dormía, de manera que el ladrón hasta me debe haber visto durmiendo. Terrible, una fea despedida de la pedrera. Pero como me dicen, lo importante es que no nos pasó nada a nosotros.
Y volver fue otro desastre, las conexiones la pedrera-montevideo-buenos aires son complicadas. Ir a Uruguay sin auto es un gran ejercicio para la paciencia que siempre que he ido me ha tocado practicar. Llegué al mediodía cuando debería haber llegado mucho más temprano.
Eso es todo por el momento de mis crónicas pedrerenses. En breve mis crónicas chilenas...
Y también mis notas de mi última clase del curso de vinos, que fue justo el jueves antes de irme.

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