martes, octubre 03, 2006

Sábado, la chorrillana de Pepita

(sólo para entendidos gourmet)
(publicado en mayo de 2006 en mi blog de hotmail)

El sábado 25 temprano nos fuimos a recorrer una feria-mercado popular de viña. Pescado, frutas a punto de pudrirse, frutas verdes, moscas, revistas viejas, tornillos oxidados, zapatos vintage, juguetes retro: todo eso mezclado y confundido a lo largo de una hilera formada por unas decenas de puestos más o menos precarios cuyo exponente más informal lo representaban unas lonitas tiradas sobre el pasto.
De ahí nos tomamos un colectivo a Reñaca, una playa semi-vip (vip sería, por ejemplo, zapallar, el caribe chileno) y lo primero que hicimos fue ir al s-mall (porque de tan chico no califica como mall) y luego fuimos a hacer una caminata reparadora por la playa, que ostentaba tremendos carteles de "Prohibido bañarse". Si bien había mucho sol, el clima invitaba a hacerle caso a esas imposiciones.
Después fuimos al super porque teníamos hambre (el kiosco no nos alcanza) pero justo en eso llamó el hermano de Natalia y volvimos a viña para ir a valparaíso.
Para viajar nos tomamos un subte cuya estación, a metros de la quinta vergara, era transparente y modernosa. Pero lo que realmente me llamó la atención de ese metro fue que después de haber hecho un trecho subterráneo emergió a la superficie y salimos a la luz. Una interesante combinación de viaje under y on-the-ground.
Y después de esa novedosa (para mí) experiencia, nos fuimos a almorzar, nomás, a un lugar perdido y escondido, muy estilo bodegón de san telmo antiguo, de esos muy rasca pero a los que va todo el mundo. El nombre no lo recuerdo pero es el típico lugar de valpa para clavarse una chorrillana.
Y qué es una chorrillana? (de hecho esa fue mi primera pregunta turística-gastronómica)
Es una patada al hígado, pero con gusto. Quien la ha probado lo sabrá, plato para compartir si los hay.
Se trata de un colchón de papas y cebollas fritas con huevos revueltos y tiritas de carne -también fritas- por encima. En este caso, entonces, una interesante combinación de aceite, carne, papa, huevo y cebolla. Y arte.
El título de la crónica alude a que si uno va caminando por las callecitas de alguna ciudad chilena (al menos las que yo recorrí) es usual encontrarse con puestitos al paso con nombres de ese estilo, que suenan bastante extraños para el que no está habituado a manejarse con esos términos.
Otro detalle simpático fue el paso del tranvía por las callecitas, no como curiosidad turística sino como medio de transporte habitual de los lugareños.
Pero para conocer una ciudad hay que hacerlo de a pie y después de la chorrillana hice en un par de horas ejercicio para todo el otoño que entonces recién estaba comenzando.
Porque, si bien me habían avisado que en Valparaíso iba a tener que caminar y bastante, mis previsiones se habían quedado muy cortas con respecto a lo que fue la realidad. Yo creía que estaba en estado y contaba con resistencia para esas cosas, pero la experiencia me demostró que no tanto como yo pensaba.
Por supuesto el tema no era la caminata, sino la pendiente, sumamente pronunciada y empinada. Pero valía la pena porque en esa suerte de universo construido hacia arriba que es la ciudad antigua (recientemente designada por la Unesco patrimonio de la humanidad) todo es pintoresco y todo merece una mirada atenta.
Y la vista desde las alturas es espléndida: los edificios, el puerto, los grandes barcos; toda una serie de elementos modernos enmarcando ese enclave colonial que a pesar del tiempo logra conservar su identidad.
Bajar bajamos en ascensor, como era de esperarse.
Después paseamos un rato por el centro y por el puerto, y la idea hubiera sido hacer un paseíto en lancha, pero el tiempo nos jugaba en contra y Nat y yo teníamos que volver a Santiago.
Ya de noche partimos y cuando llegamos a Bellas Artes dejamos las cosas y salimos a despedir la última noche.
Pero no disfruté esa salida por muchos motivos, obviamente muchos exceden lo que es propicio contar. Mi principal impresión de esa noche fue la sensación de que Santiago era una ciudad agresiva y especialmente agresiva con las mujeres solas, que como Natalia se deben adaptar a esa realidad. No digo que en Buenos Aires no ocurra lo mismo, pero por desgracia -y a medias, nunca completamente- uno lo va naturalizando y tal vez lo nota más en otro contexto urbano.
Fue una noche triste.
Y el domingo a la mañana la tristeza me seguía haciendo compañía y no parecía tener la más mínima intención de irse.

No hay comentarios.: