martes, octubre 03, 2006

Viernes, Mar y mariscos

Crónica de hace dos meses y días
(publicado en mayo de 2006 en mi blog de hotmail)

Viernes 24 de marzo...a ver, tuve un breve recorrido turístico por Viña del Mar y me saqué una foto (que aún no tengo) en el reloj de flores. Después fuimos a caminar por la costanera, donde había unos edificios con jardines impresionantes y los típicos edificios-de-departamentos-en-terraza. A la hora del almuerzo nos fuimos al shopping (igual que todos) y después nos fuimos al super (creo que era el Líder) a comprar algo dulce para una merienda en la playa. Luego de estar recorriendo góndolas por una hora haciendo un inventario de budines, alfajores, galletitas, tartas y masitas (y por qué no de las empanadas de pino, nunca entenderé el por qué de ese nombre) me decidí por un pastel de tres leches esperando que fuera más auténtico que el de Xalapa (el restó palermitano). Para que el empalague fuera total me compré una gaseosa de ananá y una vez provistas partimos hacia la costa de viña. El día estaba precioso y nos sentamos en el pastito, entre las palmeras, con un caniche toy jugando por ahí. El pastel de tres leches resultó delicioso y me hizo ratificar la opinión -muy a mi pesar- de que el manjar chileno no tiene nada que envidiarle al dulce de leche.
A la tarde seguimos paseando por la costanera donde, creyendo que eramos turistas noruegas, una promotora misionera nos regaló unos paquetitos de yerba y nos comentó las bondades de ese yuyo raro. Pero antes de eso habíamos recalado en un puesto para que yo me hiciera la trencita viñera (que aún conservo) y me viniera con el souvenir incorporado. Ilusa de mí, pensé que iba a estar diez minutos en ese trámite; pero se ve que la artesana que me hizo la trenza no dominaba el macramé y estuve sentada más de media hora eteerna en una postura horrible, muerta de frío y a punto de perderme el atardecer. Yo venía de ver al sol salir en la pedrera y ahora, ya sobre el pacífico, tenía un atardecer al mejor estilo punta del este, es decir con el sol escondiéndose en el mar. Una divinura de la que agarré justito el final; al fin y al cabo lo más importante.
Esa noche fuimos al puerto de Viña a comer mariscos, mi plato preferido, el que estuve esperando toda la semana. Como entrada comimos (Magnolia y yo, porque ni Nati ni el hermano comen pescado y frutos de mar) un festival frío de mariscos donde había de todo, incluso un espécimen de color rojo ladrillo cuyo nombre no recuerdo y que a mí, que creía que no existía en el mundo marisco que pudiera no gustarme, no me gustó nada. Probé los mentados locos (mejor dicho "el" loco, que Magnolia gentilmente me cedió, se ve que deben ser raros y caros) y eso sí que me gustó.
Después pasamos a lo caliente y pedimos una inmensa cazuela que pretendían que me comiera yo sola; por supuesto fue una misión imposible y se la tuvo que terminar Magnolia.
El vino no recuerdo cuál era pero mucho no me gustó, estimo que no había sido bien conservado.
Y después volvimos a casa y a eso de las dos de la mañana hubo un llamado de los amigos de Nat (los de las condes) pretendiendo que saliéramos; lástima que ellos estaban en santiago y nosotras en Viña...

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