lunes, octubre 02, 2006


Staff Carilini
(lágrimas en la peluquería)
(publicado en enero de 2006 en mi blog de hotmail)

Creo que no hay mujer que yo conozca cuya cabellera no haya pasado por las manos de las huestes de Claudio Cerini. Y cuando tooooodo el mundo hace la misma cosa o va al mismo lugar, ya sé de antemano que eso no es para mí. Mis gustos no suelen coincidir con los de mi "grupo de pertenencia" (si es que existe tal cosa), al menos en lo que a peluquerías se refiere.
Pero cayendo en el lugar común de que cuando una mujer necesita desesperadamente un cambio va a la peluquería (lugar común que yo cumplo a la perfección), y tomando en cuenta que ayer hacía mucho calor (y el calor y el desgano son una ecuación con gran potencia des-movilizadora), decidí darle una oportunidad a los chicos de "Staff", como le dicen las chicas.
No es que haya querido desterrar mis prejuicios. Simplemente fui porque quedaba cerca de mi casa y me parecía que le debía una visita turística.
Reconozco que las recepcionistas (en especial la primera que me recibió) fueron amables, simpáticas y eficaces. Es impresionante la rapidez con la que te derivan hacia algún sillón. El amibiente muy net, claro, por lo tanto el vestuario de trabajo no podía ser de otra marca que etiqueta negra.
De manera que en menos de cinco minutos a partir de mi llegada ya había caído en el sillón de Claudia. Yo le comenté lo que me quería hacer y ella me hizo una propuesta estilística que a mí no me cerraba por ningún lado, pero decidí quedarme igual. ¿Por qué? No sé, son esas decisiones impulsivas que yo, que no soy una persona impulsiva, a veces tomo. Y como corresponde, nunca me siento cómoda después de haberlas tomado, porque no está en mi naturaleza actuar así.
Por lo tanto por unos cuantos minutos la escena fue bizarra. Sentada en el sillón llorando -y agradeciendo haber puesto en mi cartera un paquete de carilinas- con las mechas envueltas en papel film, y un platinado furioso asomando por debajo.
Mientras tanto mi pensamiento era, por supuesto, ¡¡¿¿qué estoy haciendo acá??!!
La colorista, seguramente acostumbrada a que las clientas asuman que el sillón de una peluquería es el equivalente glam (y giratorio) del sillón del terapeuta, no me dijo nada. Después de todo, no soy la primera ni la única que va a la pelu porque está deprimida.
O quizás pensó que la combinación de agua oxigenada y polvo decolorante estaba afectando mis capacidades mentales.
Sea cual haya sido el caso, me ofreció algo para tomar y lo primero que se me ocurrió pedir fue, naturalmente, una lágrima. Nada de las divinas tacitas art-decó de Barcelona, o la solícita atención de los chicos de Nuevo Club Buenos Aires, que te ofrecen algo para tomar cada cinco minutos. La lágrima llegó en un vasito descartable y la atención no estuvo a la altura de los otros dos lugares que mencioné.
Por otra parte el aire acondicionado no funcionaba, muy mal para un salón de la categoría de "Staff". Una voz de locutora hacía su aparición en medio de ese aire de verano, a la manera de una gran hermana omnipresente e invisible, con frases tales como "asistente, a recepción" o "Fabián, a su área".
No llegué a verme platinada porque el film me lo sacaron directamente en las piletas y no tenía un espejo a mano. Hubiera sido un experiencia interesante (posiblemente desgarradora), porque mi pelo pasó por casi todos los colores, desde el negro azabache hasta el pelirrojo zanahoria, cereza y ciruela (y si seguimos en la línea de la verdulería podría mencionar más tonos). Pero platinada no me ví jamás.
Así que, ¿de qué color me quedó el pelo finalmente? Lo sabrán cuando me vean, nadie se asuste, que no hice la gran annie lennox.
Pero le doy unos puntos a SC, reconozco que pensé que iba a salir de allí totalmente disconforme y el resultado me gustó bastante.
Lástima que los efectos antidepresivos de un color no son de largo alcance y entonces, a la noche, recurrí a las bondades de un petit verdot. Es amargo, pero algunas copas me dejaron a punto para dormir. Gracias a la vida por el vino.

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