martes, octubre 03, 2006

Entre copas

(publicado en febrero de 2006 en mi blog de hotmail)
Ayer tuve mi primera clase del curso de vinos. No calculé que el 42 -que era lo que me dejaba cerca de la Escuela Argentina de Vinos- iba a estar lleno de gente que se iba a River a ver a los roliiiiiiiiin y fue así que me quedé más de media hora esperando un colectivo donde me pudiera subir. Casi llego tarde, pero bueno.
Éramos once personas (sin contar al profe), promedio joven, más mujeres que hombres, lo cual no me sorprende porque la presencia femenina en el mundo del vino es cada vez mayor.
Aprendimos muchas cosas muy interesantes y probamos un Torrontés - Chardonnay Etchart Privado, un Syrah Rosé Santa Julia de Familia Zuccardi (ese me encantó, tenía notas de ensalada de tomate, es decir de tomate y de especias), un Malbec - Cabernet Sauvignon de la línea Dos Voces de Chandon y un Frizzé rojo.
Salí de la clase con aquel que creo que es el estado de ánimo ideal en la vida: el que se tiene después de tomar una copa y media de vino. Yo sé que para los abstemios y para quienes no gustan el vino esa es una opinión discutible y hasta reprobable. Por supuesto yo no hablo de estar borracho; me refiero a ese estado en que la lucidez se mantiene pero todos los problemas de la vida parecen quedar en un segundo plano y todo parece más alegre. Una copa y media es una medida arbitraria que podría aplicar a mi caso -depende la ocasión- pero por supuesto es variable y depende de muchas cosas, aun para la misma persona. Aquellos que bebemos vino con cierta frecuencia por lo general sabemos reconocer cuál es ese umbral donde encontramos esa medida justa.
Entre otras razones, también por eso es que me gusta el vino.
Es una pena que ese efecto no perdure indefinidamente.

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